creyente no halla su gozo en el mundo sino en la palabra. Como Juan el Bautista, ¡debemos regocijarnos cuando oímos la voz del Esposo! (Juan 3:29). Nunca debemos imaginarnos a Jesús andando con la cara larga y una disposición de tristeza. Fue un hombre de gozo y reveló ese gozo a otros. Su gozo no fue la liviandad fugaz de un mundo pecador, sino el gozo permanente del Padre y de la palabra. No dependía de las circunstancias externas sino de los recursos internos que estaban ocultos para el mundo.
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